Agosto de 2001
 
Los últimos mohicanos
 
 
Por nada se desharían de sus viejos ordenadores, pero además dicen que la industria fomenta relevos innecesarios
 
PATRICIA FERNÁNDEZ DE LIS | Ciberp@ís Mensual
 
El ordenador que está encima de su mesa suena como el motor de una lancha fueraborda cada vez que usted lo enciende. Puede ir a la cocina, prepararse un par de bocadillos y volver, antes de que la máquina haya conseguido arrancar. Y ni siquiera puede pensar en instalar las últimas enciclopedias y juegos multimedia del mercado, que pesan más que todo el software de su ordenador junto. Sólo hace tres años que lo compró, pero su PC parece ya una reliquia, así que están pensando en adquirir uno nuevo. ¿Cuál le conviene? "Los expertos están de acuerdo en que el tipo de ordenador que se adapta a sus necesidades concretas es aquel que llega al mercado unos dos días después de que usted se haya comprado cualquier otro". El chiste lo hace Dave Barry, humorista estadounidense y premio Pulitzer, en su libro Dave Barry en el ciberespacio, aunque hay algo de cierto en la broma. La industria informática calcula que los usuarios de ordenadores cambian cada 20 meses, y a la mayoría de ellos les queda siempre la duda, cuando compran uno nuevo, de cuánto le durará esta vez la máquina.
 
Resistencia al reciclaje
 
Hay gente que se resiste al reciclaje. Se resiste de verdad. Algunos llevan décadas trabajando con el mismo ordenador, y seguirán haciéndolo, dicen, toda la vida. Para ellos, lo que tienen encima de la mesa no es una máquina que hace determinadas cosas. Usan y aman ordenadores que llevan años sin fabricarse; describen con admiración sus funciones, contemplan con veneración sus circuitos. Como dice un fan del ordenador Amiga en su página web, parafraseando una famosa confesión de amor de Charlton Heston hacia su rifle:
"Sólo podrás quitarme a mi Amiga arrancándola de mis frías manos muertas".
 
¿Quiénes son estos últimos mohicanos de la era cibernética?
 
Si se realiza un análisis puramente estadístico, están fuera de los números. Contradicen la media. El español trabaja con un PC con procesador Pentium o similar, y una abrumadora mayoría de nosotros es usuario de Windows: el 97,8% de los ordenadores funciona con el sistema operativo de Microsoft. Los españoles tardamos algo más de dos años en cansarnos de nuestras máquinas: renovamos el PC cada 34 meses. Lejos de la estandarización casi completa que arrojan estos datos de la patronal informática Sedisi (un PC con Pentium y Windows, con menos de tres años de vida), está la exuberancia. STAR trabaja con un MSX, una máquina de los ochenta. En realidad, STAR tiene más de veinte ordenadores, entre ataris, spectrums y msx, aunque éste es su favorito, y al que dedica su tiempo y su dinero como creador de videojuegos en la compañía MATRA. "A la mayoría de nosotros [habla de la comunidad de MSX en España, formada por unos 500 usuarios activos] nos han gustado las máquinas desde siempre. Cuando nos daban cinco duros para ir a jugar a los recreativos, no sólo jugábamos, sino que nos preguntábamos por qué y cómo se movían el muñequito". MSX fascinó a STAR, y a otros muchos, por lo simple que era programar para ella, y por la belleza y sencillez de sus gráficos. Nunca perdió esa fascinación. Ahora en plena era de la multimedia y las tres dimensiones, la compañía de STAR ha diseñado cinco videojuegos para MSX. Los venden a 1.500 pesetas en ferias de usuarios y convenciones internacionales y , pese a que crean software para una máquina que ya no se fabrica, hacen dinero. Exactamente 270.000 pesetas, el año pasado.
 
Odio atroz hacia los PC
 
La pregunta consiguiente es lógica, y STAR la ha escuchado decenas de veces. ¿Por qué aferrarse al MSX, habiendo una industria de videojuegos tan importante en los PC y las videoconsolas? "Es muy complicado formar parte de la industria", dice STAR, y añade: "Nuestros juegos son intuitivos y sencillos; no porque le pongas más gráficos tiene que ser más divertido". MATRA ha desarrollado un Tetris para MSX, y unos sencillos juegos olímpicos que se manejan, prácticamente, con dos botones. La empresa prepara su salto a Game Boy, la consola portátil de Nintendo. Pero por nada del mundo diseñará videojuegos para PC.
 
¿Por qué ese desprecio hacia el ordenador personal? 
 
Estos miles de españoles en un cálculo muy superficial han desarrollado un odio atroz hacia los PC, en general, y hacia Microsoft, en particular; y algunos, como el propio STAR, o Tromax, que tiene más de 70 ordenadores en casa, se niegan a trabajar con PC. Las razones son difusas. Porque es una máquina pesada, porque mató la innovación y la diversidad informática, por el pantallazo azul (la señal que ofrece Windows cada vez que se colapsa), porque es muy cara.
 
Quien trabaja con un PC lo hace, de hecho, por obligación. Javier Lavandeira, un administrador de sistemas de 26 años de edad, juega y trabaja con su eterno MSX, del que ha llegado a tener cuatro ejemplares, y afirma no haber encontrado nunca una máquina mejor, pero utiliza un PC por razones de trabajo. Lo mismo que Alberto Pardo, un técnico madrileño de 31 años. Pardo utiliza un ordenador personal en su empleo, y tiene otro en casa al que no presta la más mínima atención, porque sólo lo usa su mujer. Pero mima y cuida a su máquina Amiga como si fuera un hijo. "Tenía 17 años cuando la vi por primera vez, en 1987", rememora, como quien habla de su primera cita. "Me llamó la atención porque tenía una increíble pantalla en color, mientras la del PC era monocroma", recuerda.
 
Dentro de esta línea general de férrea lealtad por su máquina y desprecio por el PC, existe un increíble mare mágnum en el que se pueden distinguir, al menos, cinco grandes clases de usuarios de viejos ordenadores. Está el coleccionista por afición, como David F. Gisbert, alias Tromax, que tiene una de las mayores colecciones particulares en España de ordenadores antiguos. David tiene en su cuarto 77 ordenadores; dos de ellos (un Amiga y un MSX) están en su mesa, porque son los que utiliza. El reto está disperso por su habitación o en su armario, y entre las joyas de la colección hay un Sinclair ZX-81, un ordenador que tan sólo tenía 1kb de memoria RAM. David engorda su colección comprando en la Red o en mercadillos, y también acepta que le regalen todo tipo de ordenadores, menos, claro, un PC. Explica con orgullo que sólo ha tenido dos ordenadores personales en su vida, y ambos los ha destripado para alimentar, con el disco duro o la fuente de alimentación, su MSX o su Amiga.
 
Un segundo tipo de comprador de ordenadores antiguos es aquel que lo tuvo cuando era niño y al que, simplemente, le hace ilusión tener en casa una máquina que le trae recuerdos relacionados con su infancia. Y, además, suele tener dinero para permitírselo. Los coleccionistas y revendedores son los que alimentan a este segundo grupo, y constituyen un tercero. Hay quien estaría dispuesto a pagar cientos de millones por un Apple I, el primer ordenador personal de Apple, del que sólo se construyeron 200 piezas. Estos anticuarios cibernéticos están bastante mal considerados entre los componentes del cuarto grupo, los usuarios de toda la vida, porque, dicen, se dedican a especular con los ordenadores que ellos aman. Estos adoradores de marcas están dispuestos a casi cualquier cosa, incluidos carísimos viajes a ferias o discusiones con la familia alguna ha estado al borde, incluso, de la crisis matrimonial-, con tal de conservar sus adorados Atari o Amiga. Y esta adoración lleva, finalmente, al quinto grupo, el de los fanáticos. Se organizan en clubes y organizaciones y se mueven y conocen gracias a la Red y a las ferias que, de vez en cuando, les reúnen. Todos odian los PC, pero los fan de MSX odian también a los de Spectrum, hasta el punto de prohibirles la participación en su canal de chat en el IRC hispano. Los de Sepectrum odian a los de Amstrad. Y en cada facción y subfacciones, críticas y luchas de liderazgo.
 
Pese a sus peculiaridades, todos se consideran fuera del sistema. La mayor parte de la gente, incluidos sus familiares y amigos, no entiende cómo pueden gastar tanto tiempo y dinero en comprar, mimar y venerar unos ordenadores que ya no existen, y empeñarse en trabajar con ellos. Porque ésta es una afición cara.
 
"Es una filosofía de vida"
 
Alberto Pardo reconoce que debe de haberse gastado más de medio millón de pesetas en actualizar su Amiga para que funcione como un ordenador que, en el mercado, no le costaría más de 200.000 pesetas. Sus viejas máquinas pueden navegar por la Red, descargar música en formato MP3 o gestionar un álbum de fotos, pero invirtiendo mucho tiempo y dinero. En realidad, el conservador de ordenadores tiene una actitud muy similar a la del fan de una vieja marca de coches o relojes, que es capaz de gastar lo que sea para que su máquina funcione como una nueva, pero sin perder la personalidad que, en teoría, lleva dentro.
 
"Es una filosofía de vida", dice David F. Gisbert. "Puede que nuestras máquinas sean más lentas o más caras, pero no forman parte de la histeria consumista del mercado del PC".
 
El PC, de nuevo. Y es que, por debajo de la actitud de un grupo de individuos que prefiere trabajar con un ordenador de hace 10 años que comprarse uno nuevo cada tres, está la duda de si el reciclaje constante al que nos somete la industria informática tiene sentido, y si tendrá algún límite. ¿Evoluciona la informática, creando las mejores máquinas y programas, o simplemente produce software más pesado, que precisa hardware más potente, y así hasta la eternidad? El colombiano Pablo Ramírez lo tiene claro. Ha probado los nuevos y flamantes ordenadores de bolsillo Palm Pilto y Pocket PC, pero siempre ha vuelto a su Newton, el viejo PDA que Apple lanzó en 1993. "Después de tantos años no hay nada que se le compare: el reconocimiento de la letra, la capacidad de dibujar, el tamaño de la pantalla, la velocidad...", explica.
 
Lo que tratan de explicar, en definitiva, es que no son locos aferrados a sus viejos cacharros. Son la voz que denuncia que el consumismo se ha trasladado, también, a los PC. "Las máquinas tienen una vida muy superior a las que nos impone la industria", remacha Tromax.